La semana pasada vivimos uno de esos días que queremos que nunca lleguen: abrir la puerta de la camioneta de reparto estacionada en el salón de fiestas y encontrarnos con que el pastel a entregar esta deshecho, destrozado.
La familia de la quinceañera y sus 230 invitados que deseaban ver el momento en que el pastel luciera junto a la mesa principal, durante la cena, se quedaron a la espera. No hay situación más triste para un pastelero que ésta.
La planeación y definición de si el pastel sería en dos o tres pisos, si llevaría flores naturales o de fondant, si se haría de uno o varios sabores se fue al traste por una mala decisión a la hora de armar el pastel, por un bache en el camino, un tope que no vio el chofer, etc.
La causa de que el pastel no esté listo para entregarse el sábado a las 19:30 horas es lo de menos. Lo que realmente importa es ser transparente con el cliente e informarle de la situación y ofrecer alternativas, propuestas.
El reto para nuestra es empresa es que ese día, entre los recuerdos que quedarán, esté la respuesta que nuestra empresa ofreció ante la situación vivida y no que el pastel que los anfitriones planearon durante semanas no llegó al evento.
No sé quién vive el mayor estrés en ese momento: nosotros que dedicamos parte de la semana en armar el pastel o la festejada y sus padres. Entendemos y sabemos la frustración que se siente en ese momento.
Afortunadamente, la capacidad de reacción para entregar un postre de calidad a los invitados de nuestro cliente y borrar -si es es que esto es posible- el trago amargo del momento, quedó resumida en el mensaje que nuestro cliente nos envío un par de días después del evento.
PD: el aprendizaje de ese fin de semana lo utilizaremos a nuestro favor y ahora puedo decir, sin error a equivocarme, que esta experiencia nos dejó el mejor aprendizaje de los últimos meses.